La promesa y el desafío de la IA generativa
- Rafael Angeles

- 2 oct
- 3 Min. de lectura

En 1956, John McCarthy definió la Inteligencia Artificial como “máquinas que se comportan como si tuvieran inteligencia”. Casi setenta años después, aquella aspiración se ha materializado en una de sus formas más disruptivas: la inteligencia artificial generativa. Más allá de ser un avance técnico, esta tecnología constituye un cambio cultural de gran calado. Hoy convivimos con algoritmos capaces de crear imágenes, redactar textos, componer música o programar líneas de código en cuestión de segundos. En este escenario emerge una pregunta inevitable: ¿qué significa para nosotros que la máquina logre trabajar tan bien y tan rápido, y hasta qué punto estamos preparados para convivir con ello?
¿Qué es la IA generativa?
Antes de responder, es necesario definir de qué hablamos. La inteligencia artificial puede entenderse como un conjunto de algoritmos que aprenden de enormes volúmenes de datos para ejecutar tareas que antes requerían intervención humana. En su vertiente generativa, esa misma lógica se orienta a la producción de nuevo contenido: imágenes que nunca existieron, textos que no habían sido escritos o sonidos inéditos. No se trata de “pensar” como lo haría una persona, sino de analizar patrones, comprenderlos y recombinarlos de manera suficientemente convincente como para parecer creativa.
Podemos describir su proceso en tres acciones esenciales: buscar, procesar y crear. Sin embargo, esta secuencia aparentemente simple encierra un cambio filosófico profundo: lo que para el ser humano es imaginación, para la máquina es estadística. Esa paradoja —la ausencia de conciencia frente a la contundencia de los resultados— nos obliga a repensar qué entendemos por creatividad y si esta sigue siendo un atributo exclusivamente humano.
El impacto en la docencia e investigación
El ámbito académico no es ajeno a esta disyuntiva. Herramientas como ChatGPT o DALL·E están transformando la manera en que planeamos una clase, diseñamos materiales o evaluamos a los estudiantes. Ya no basta con pensar en el docente como transmisor de información; su papel se redefine como el de curador y mediador crítico frente a estudiantes que pueden acceder en segundos a resúmenes, explicaciones o visualizaciones generadas por un algoritmo.
En este sentido, la información deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un accesorio al alcance de todos. El verdadero reto pedagógico es triple:
Interpretar lo que la máquina produce, identificando aciertos y limitaciones.
Contextualizar ese contenido dentro de marcos teóricos sólidos.
Cuestionar la pertinencia, la validez y los sesgos que subyacen en los resultados.
Lejos de simplificar el trabajo docente, la IA generativa exige un esfuerzo mayor: diseñar actividades que no solo evalúen la capacidad de memorizar información, sino la habilidad de analizar críticamente aquello que la inteligencia artificial ofrece.
Para entender la IA generativa de manera integral, conviene asumir que no es únicamente un recurso tecnológico, sino un fenómeno sociocultural. Como toda herramienta, está condicionada por los intereses de quienes la desarrollan —grandes corporaciones tecnológicas como OpenAI, Google o Amazon— y por las bases de datos con las que se alimenta. Esto significa que no estamos frente a un producto “neutral”, sino frente a un dispositivo que reproduce ideologías, sesgos y asimetrías de poder.
Por ello, una propuesta para su estudio y aprovechamiento requiere, al menos, tres dimensiones:
Técnica: comprender cómo funcionan los algoritmos, sus límites y posibilidades.
Crítica: reconocer los sesgos, los riesgos de homogeneización cultural y la necesidad de regulaciones éticas.
Creativa: explorar cómo la IA puede ampliar nuestras formas de expresión sin anular la singularidad humana.
Asumir estas dimensiones de manera articulada permitirá a la comunidad académica no solo usar la IA generativa como un recurso más, sino situarla como objeto de análisis y debate riguroso.

Comentarios